De cabeza a cola medía siete metros, por lo que hizo falta una grúa para bajar el cuerpo del animal a puerto: era la primera ballena cazada en Japón en 31 años. Solo unas horas antes, esta mañana, vecinos y autoridades de Shimonoseki se congregaban en los muelles, junto a las tres naves amarradas, para despedir y desear suerte a los pescadores a punto de zarpar. Otras cinco naves levaban anclas al mismo tiempo en Kushiro, en la isla septentrional de Hokkaido. Todas ellas partían, arpones a proa, en la primera expedición ballenera del país desde 1998.
Japón respetaba desde ese año la moratoria impuesta por la Comisión Ballenera Internacional —IWC, por sus siglas en inglés—, la cual prohibía la caza de estos animales con fines comerciales. En Tokio se había combatido contra el acuerdo desde el primer momento y finalmente el país anunció su retirada de la organización en septiembre del año pasado, después de que su propuesta de retomar la caza comercial de aquellos cetáceos que ellos consideraban abundantes —como la especie minke, la rorcual Bryde y la rorcual común— fuera desestimada. La salida del país se hizo efectiva este domingo y a primera hora del lunes los balleneros se hicieron a la mar, en busca de ejemplares de estas tres familias. En paralelo a su batalla en los despachos, Japón había iniciado un programa al que se refería como caza científica, una práctica criticada internacionalmente como una tapadera, hasta que el Tribunal de la ONU frenó su actividad en el Antártico en 2014.
Esta decisión provocó las quejas de muchas organizaciones medioambientales, que aprovecharon la celebración del G20 en Osaka para hacer constar su descontento. La respuesta japonesa fue remitirse a la tradición y la cultura. “Es una industria pequeña, pero estoy orgulloso de cazar ballenas. La práctica existe desde hace más de 400 años en mi ciudad”, afirmaba esta mañana Yoshifumi Kai, presidente de una asociación de pescadores de ballenas, según recoge la agencia Efe.
El Gobierno de Japón también ha esclarecido su política de cuotas para protegerse de las críticas. La agencia pesquera, el organismo regulador, ha establecido un límite de 227 ballenas —52 Minke, 150 rorcual Bryde y 25 rorcual común— para este año. Según la agencia, la cuota ha sido calculada para que la población de estos animales no se vea seriamente perjudicada aunque se mantenga este ritmo de pesca durante 100 años. “Pondremos en práctica la caza comercial de ballenas conforme a cálculos científicos y siguiendo una apropiada gestión de recursos”, aseguró al respecto el subsecretario jefe del gabinete, Yasutoshi Nishimura, en rueda de prensa. “Esperamos poder recuperar la normalidad cuanto antes, rejuvenecer la comunidad y transmitir nuestra rica cultura ballenera a la siguiente generación”.
Uno de los miembros de esa nueva generación es Hideki Abe, pescador de 23 años, que esta mañana antes de embarcar en la que sería su primera misión ballenera se mostraba agitado: “Estoy un poco nervioso, pero feliz de que podamos empezar. Me gustaría que más personas prueben la ballena, al menos una vez”. Este recambio generacional no es sencillo: a pesar de su implantación en el imaginario popular, el sector apenas emplea a 300 personas en todo el país.
El consumo anual de carne de ballena rozaba las 200.000 toneladas en la década de los sesenta, pero según datos oficiales la cifra ha caído hasta apenas 5.000 en la actualidad. “Solía comer carne de ballena cuando era joven, pero ahora es muy cara”, comentaba Sachiko Sakai, de 66 años y vecino de Kushiro. Este producto fue muy apreciado en los años de pobreza que siguieron a la Segunda Guerra Mundial por su alto valor nutricional y su bajo coste.
Esta mañana, después de bajar el animal a puerto, lo llevaron hasta el almacén para realizar el pesaje. Hoy es la primera ballena cazada en Japón en 31 años. Mañana será una lata de conserva.